Llenar el cielo nocturno de increíbles efectos luminosos y sonoros en las celebraciones de fin de año representa una expresión de la fiesta y de la alegría, propias de nuestras costumbres. No obstante, tienen su lado negativo que es la contaminación y el sufrimiento de animales y un grupo determinado de personas.
Para producir pirotecnia se mezclan neutralizantes, oxidantes y aglomerantes, además del perclorato de sodio que da propulsión al cohete, los metales pesados que aportan el color y los aerosoles que producen la detonación. Estos compuestos liberan una lluvia de toxinas al suelo, aire y agua tanto en su producción como en su detonación. Cuando son elaborados, se mezclan elementos químicos como nitrato de potasio, nitrato de sodio, azufre y carbón, lo que provoca contaminación en el agua usada. A su vez, cuando los fuegos artificiales explotan, se contamina el aire de gases venenosos que contribuyen a la lluvia ácida, a aumentar los gases de efecto invernadero y al agujero de la capa de ozono. Esto sucede porque se liberan dióxidos de azufre, óxidos de nitrógeno, dióxidos de carbono y óxidos de cloro, provenientes estos últimos del perclorato utilizado como propulsor del cohete. Además, otra de las consecuencias del perclorato de sodio es que cerca de los cuerpos de agua aumenta sus niveles normales, lo que provoca la muerte de los microorganismos y de la fauna acuática.
Asimismo, los metales pesados que se usan en la elaboración de la pirotecnia son muy tóxicos y carcinógenos -litio, estroncio, antimonio, bario-. Los mismos se dispersan en la atmósfera en forma de polvo y humo, y cuando caen a la tierra, lo hacen convertidos en aerosoles sólidos, partículas muy pequeñas que si se inhalan de manera continuada pueden producir daños en las vías respiratorias, alergias y náuseas. Cabe destacar que los efectos son más agudos en niños pequeños y en personas con antecedentes de asma, tiroides o problemas cardiovasculares.
En cuanto a la contaminación acústica, la Organización Mundial de la Salud aconseja que el límite recomendable de sonido apto para nuestra salud auditiva es de 65 dB. El estallido de un cohete o de un petardo puede alcanzar hasta 190 dB, que es más de lo que el oído adulto puede soportar, por lo que los tímpanos de los bebés, al ser más vulnerables, están más expuestos a lesiones de oído.
Pero, quienes más padecen las consecuencias de la contaminación acústica son los animales perros, gatos y aves, dado que sus oídos son mucho más sensibles al ruido que el de los humanos. El fuerte estruendo suele provocar reacciones al pánico y angustia, que se traduce en taquicardia, jadeos, dificultad para respirar, temblores y, a veces, provocan la muerte.
Entonces, cabe preguntarse si sabiendo todos los daños y efectos negativos que provoca utilizar fuegos artificiales en las celebraciones, es necesario seguir con esta práctica. Se puede disfrutar de la comida y los momentos en familia y amigos, pero también se debería tomar conciencia de los efectos en la salud que provocan estas detonaciones en gran cantidad, principalmente en los más vulnerables como es el caso de los niños, ancianos, personas con problemas respiratorios, cardiovasculares, o de autismo, también en los animales y animales y el medio ambiente.