Durante su corta vida, Jean-Michel Basquiat -1960-1988- se destacó fuera de las tendencias de la época con un arte catártico y poco esquemático. Un artista que buscó agradar, pero sobre todas las cosas, descubrirse a sí mismo.
Creció traduciendo a su propio idioma lo que pasaba delante de sus ojos. Sus primeros dibujos fueron cómics hechos al ritmo del jazz que escuchaba con su padre, mientras que recorría galerías de Nueva York junto a su madre.
Su educación no fue lo que se consideraría formal, más bien fue errática, lo cual podría servirnos de adelanto a lo que fue la inconformidad latente en sus obras. Tal vez, lo más sistemático de su educación fue un libro de anatomía que estudió durante un año en el hospital, tras ser atropellado. Del resto se encargaría él por sus propios medios y curiosidad, vagando dentro de la cultura que miraba de reojo, alejado del estereotipo de americano blanco tradicional. Su ascendencia afroamericana era su motor para poner en sus cuadros.
Bajo el apodo de SAMO, Basquiat se dedicó a pintar murales con dibujos y frases filosas sobre el estilo de vida norteamericano. La gente se interesó por él en cuanto lo notaron. Su galería era la ciudad misma, un combo por demás original para la época. Entonces fue que los medios masivos picaron el anzuelo, y Jean-Michel logró introducirse en el mundo que anhelaba desde siempre y al que le mostraba sus propios errores.
Sus obras se sucedieron a buen ritmo, las exposiciones individuales y conjuntas con Andy Warhol, también. La temática abarcaba calaveras e imágenes vudú y jugadores de basquet afroamericanos con historia europea. De esta manera, Basquiat crecía como referente apenas pasados los 20 años.
Lamentablemente, su vida y carrera terminarían poco más tarde, a los 27 años de edad.
Con los ojos cerrados ya no tendría de donde absorber material….
¿Se imaginan lo que hubiese hecho Basquiat teniendo Internet?