En el fútbol argentino siempre reina la ansiedad, el apuro. En plena pandemia, lamentablemente no hubo excepción. La necesidad de los clubes de volver a entrenar cuanto antes pensando en el regreso de las competiciones internacionales y también de los torneos domésticos -aunque en un segundo plano- llevó a las instituciones a planificar vertiginosamente y eso trajo sus consecuencias. Protocolos blandos, concentraciones con costumbres previas al Covid-19 y burbujas que no respetaron el hermetismo, derivaron en un sinfín de contagios.
Todo venía tranquilo en la agenda del fútbol argentino, que desde la AFA se puso a disposición del Gobierno de la Nación para tomar decisiones. Pero cuando la CONMEBOL definió que la Copa Libertadores se reinicie el 17 de septiembre empezó el apuro por volver a entrenar. Primó lo deportivo; tanto jugadores, dirigentes e hinchas analizaron que los rivales tendrían ventaja deportiva porque en el resto de los países sudamericanos la cuarentena es más flexible y ya se encontraban en actividad, incluso disputando competencias. Todos coincidieron en que había que volver a entrenar, el Gobierno autorizó el protocolo que presentó la Asociación del Fútbol Argentino y habilitó las prácticas.
El inicio fue como hicieron los clubes europeos: grupos de seis jugadores por cancha, desinfección permanente de elementos de trabajo y no utilización de vestuarios. Pero esa modalidad, que en Europa se extendió durante más de un mes, acá duró apenas dos semanas. Los clubes necesitaban entrenar en grupos, con situaciones habituales de partidos, pensando en el inminente regreso de la competición.
Por eso, se adelantó el pase a las burbujas sanitarias y los resultados estuvieron a la vista. Se descubrieron 19 casos positivos en Boca, 7 en Rosario Central y 1 en River, por citar algunos ejemplos. ¿Qué pasó? El protocolo de una burbuja es “incumplible al 100%”, según dijeron varios médicos vinculados al mundo del fútbol luego del brote masivo en algunos clubes. Ya de por sí, las concentraciones son complicadas y en plena pandemia más todavía. Cuando los jugadores están encerrados en un hotel, su entretenimiento pasa por el vínculo social: charlas en las habitaciones, mates, juegos. Cuestiones que durante una pandemia están totalmente prohibidas. Lo mismo sucede con los vestuarios, que no debieran ser compartidos según el protocolo.
Pero el protocolo no se cumplió a rajatabla y algunos medios mencionaron que hubo rupturas de confinamiento con salidas excepcionales y varias, no autorizadas. Pero no toda la responsabilidad es de los jugadores. En algunos clubes, los players tuvieron libre el día previo a ingresar a las burbujas. Así es inviable.
Desde el punto de vista clínico, la situación de los jugadores, en general, no es grave. Son jóvenes y con gran capacidad atlética. La mayoría de los casos fueron asintomáticos y si bien el nuevo Coronavirus dura más que una gripe común, se estima que en 10 días desaparece. Pero una burbuja sanitaria en un club no son solo los jugadores. En River, por ejemplo, el confinamiento colectivo es de 60 personas contando al cuerpo técnico, los allegados y colaboradores. En esos casos, el riesgo y la intensidad de los síntomas es totalmente diferente.
Luego de que exploten los casos en Boca, Central y en River; San Lorenzo y Racing dieron marcha atrás con la idea de una burbuja, que estaban próximos a iniciar y mantuvieron el protocolo anterior. En grupos y con los jugadores con único permiso de circulación para hacer ida y vuelta de su casa al predio de entrenamiento; casos también hubo, pero fueron puntualmente aislados y no estuvo en riesgo el plantel en general, ni los empleados.
Con el reinicio de la Copa Libertadores a la vuelta de la esquina, el desafío es como se mantandrán esas burbujas y al mismo tiempo trasladarlas a otros países, siendo hoy Sudamérica el epicentro mundial de la pandemia. Tal vez, pensando en posibles contagios, fue que la CONMEBOL extendió el límite de jugadores para anotar en la lista de buena fe. Al parecer, la pelota tiene que volver a rodar si o si en 2020.