No lo cuidaste, no. Tonto. Pudiste hacer más
No lo cuidaste, no. Tonto. Pudiste hacer más. No, no. No lo cuidaste y se arruinó, sabías que iba a pasar, porque sos tonto. Andate de acá, relajate, relajate, plaza, todo control, sin Pinocho, sin nadie. Y Carmen… Sin Pinocho, descansando. Hay que cuidarlo, sale a robar, no hay escuela, no puede salir, no lo dejes, no puede. No lo mires, no lo mires. Espera, andate, andate, los juguetes, mucha madera, pino, el bosque de caoba, el olor, madera astillada, el autito de madera, el mejor de todos, mío toda la noche. ¿Qué hora es? es de tarde, Pinocho duerme, le dije que venga. Le dije. Siempre se queda, espero un rato más, tendría que estar en la escuela, no puedo trabajar. Que se quede un rato, que se vaya, que haga algo, que limpie, que venga, que venga con pijama y los juguetes terminados, sin errores, ninguna falla, y seamos felices, sin preocuparnos, en el río, pescando… sin trabajar. Que venga el hada y lo arregle todo, que no haya nadie, que se borren todos, ¡Ja! Mejor no, que trabaje, eso le va a ordenar la cabeza, adultez Gepetto, adultez. La del abuelo Antonio, sonrisa arrugada de trapo, el tortugo Antonio, la abuela rosa, caminando como golem me asusta, no tengo a nadie, la extraño… Gepetto idiota, no haces nada, todos se mueren. Salí, olvídate de todo, salí, idiota, idiota, morite tallando, que se muera Pinocho y te quedas solo, solo, como un rey, se va morir Pinocho, tallando juguetes, mal padre, malo, malo con los niños, pobre, pobre, todo mal, te caes, viejo, y solo. Carmen, hermosa Carmen, el beso en la plaza, las ganas, Barrio Parque, los naranjos, patear y patear, no mereces ser feliz, no hay otra Carmen, no hay otra Carmen, no hay otra Carmen, no hay…
“Vuelvo más tarde”, dijo Gepetto con la vista clavada en sus trastos, “Quedate acá, Pinocho, no salgas”. Tomó su campera de corderoy -a pesar de ser una noche primaveral- y salió a la calle.
La única referencia que tenía de Carmen es que seguía parando en el bar del Zurdo, allá por Cochabamba. Fue con empuje y ansiedad, como sintiendo que no había tiempo, que no iba a estar. Las cuadras se veían diferentes, más iluminadas que en su barrio. Algo de tanta luz le molestaba, pues bordeaba los halos que apuntaban cada cuadra rumbo al bar. Llegó cinco minutos antes y paró en un kiosco de la esquina. Pidió una caja de cigarrillos y encendió uno. Tosió ahogadamente, como si nunca hubiera fumado. Alguien le golpeó la espalda con suavidad. Se dio vuelta y allí estaba, era Carmen, que le sonreía.
Continúa en Parte 4….