En el ámbito urbano hay una línea de grandes artistas que trascendieron para colarse en el exclusivo grupo de los más renombrados del momento, y uno de ellos es KAWS.
Brian Donelly -el hombre detrás del alias-, comenzó interviniendo avisos publicitarios en las calles con grafitis propios, los que él consideraba que eran parte del espacio público. Fueron las mismas marcas “afectadas” por su arte las que se fijaron en él y comenzaron a contratar sus servicios.
KAWS abre el debate de la democratización del arte. Aunque muchos hoy lo critiquen por alejarse de sus orígenes, o por romper un código y adentrarse en un terreno vetado, deberían recordar el origen y el devenir de movimientos como el Art Noveau, el Pop Art y hasta de Da Vinci, para saber que el cambio y la transgresión, son puntos fundamentales en esta disciplina.
Su trayectoria profesional se encuentra llena de éxitos reconocidos. Nos referimos a los emblemáticos anuncios de Calvin Klein en los que fusionaba moda y grafiti, a la portada del disco de Kanye West “808s & Heartbreak”, a su reinvención del muñeco de Michelin o de la estatuilla de los premios VMA’s, al globo dedicado a la muerte de Mickey Mouse -el que desfiló para Macy’s-, y una larga lista de proyectos que lo han mantenido en boca de todos durante décadas.
A nivel cultura, Kaws ha generado muchísimos cambios, no sólo por sus gigantescas intervenciones en Suiza, Hong Kong, Taipei, etc, sino también en colaboraciones con Christian Dior, La Colette, Nike, Uniqlo, entre otros. Se ha apropiado de elementos de la cultura popular como Los Simpsons, Plaza Sésamo y Los Pitufos, que más adelante catapultaron sus obras a ser subastadas en millones de dólares.
Es la figurita de moda, amado por el mainstream y odiado por el under. Pero no quedan dudas que Kaws rompe con todos los esquemas del arte tradicional.