El pasillo era poco nítido, como un claroscuro para estas horas del mediodía. El aire soplaba de a ratos desde el patio de recreo, chocando contra las paredes barnizadas y el suelo de cerámica antigua, que mantenían el corazón de la escuela de cualquiera fuese el clima del exterior. Pinocho esperaba inquieto y agazapado a la silla, afuera de la dirección. Oía el eco de su consciencia resonando por toda su cabeza, se relamía como todas las veces anteriores que lo habían retado. Por otra parte, el chico parecía ido en sus ideas. Sus profesores solían dudar si era una persona inteligente o alguien ajeno a la realidad, dada la cantidad de problemas y la manera de seguir con su vida, como si nada. Como sea, cualquiera de las conclusiones los asustaba. Era momento de definiciones. Había ido muy lejos esta vez. Lo sabía Pinocho, pero también el Ente, como le decía al grillo que vivía en su cabeza.
- “Adelante”, indicó una voz deliberadamente severa. Pinocho abrió la puerta de a poco, hasta que se animó a pasar.
- “Permiso…”
- “Hola Pinocho”, contestó la directora. “Sentate, por favor”.
La Dirección estaba aún más oscura de lo que estaba el pasillo, apenas un haz de luz surgía entre las cortinas del ventanal. Allí estaba la directora, una mujer alta y entrada en años -o tal vez fuera el estrés lo que la avejentaba-. También la psicóloga… y Gepetto.
A Pinocho lo atravesó un impulso de adrenalina que le dio mucho placer, casi que ni le importó la mirada lastimosa del viejo Gepetto, sentado al lado suyo.
La directora gesticulaba con el entrecejo y los labios, como a punto de decir algo. Pinocho conocía la táctica. Le convenía quedarse callado hasta que parara de gritarle y fuera el turno de la psicóloga, quién diría lo mismo con un tono más amable. Debería haber hecho eso, pero estaba Gepetto. Citarlo a su padre, con lo que le dificultaba dejar el taller, era un golpe muy bajo. Esta vez la cosa era personal.
-“Psst. Pinocho, deciles que se vayan ya sabes a donde. Dale. Después nos vamos y listo”, insistía el Ente. Mientras tanto, la directora hablaba sin que le dedicase mucha atención.
- “¡No me estás escuchando, Pinocho!”.
Pinocho reaccionó, sacudiéndose la oreja de un cachetazo. La directora se echó para atrás hasta casi caerse de su sillón.
Estaba aterrada…
-Continuará-